LO QUE DEJÉ POR TI

LO QUE DEJÉ POR TI

LO QUE DEJÉ POR TI

Uno de mis sonetos favoritos de nuestra poesía se titula Lo que dejé por ti, de Rafael Alberti, uno de los grandes poetas de la generación del 27. 

El poema es un lamento por lo que se deja atrás, una recapitulación de paisajes abandonados, una elegía y una exigencia de subsanación.   

Conforme se avanza por sus versos la primera vez, el lector piensa inevitablemente que el poeta se está dirigiendo a una mujer; una mujer por la que ha renunciado a muchas cosas queridas y fundamentales.

Sin embargo, en el terceto final, comprendemos que la interpelada es en realidad una ciudad, -Roma-, capital en la que Alberti vivió catorce años exiliado junto a su esposa, la también escritora María Teresa León. 

El poema de Alberti me conmueve porque presenta otra perspectiva del viaje. Habla de esos trayectos que emprendemos sin convencimiento, con desgana. Esos viajes en los que el ancla nunca se leva realmente porque nuestra mirada y recuerdo siguen ancorados en la tierra abandonada. El foco sigue en el espacio no habitado y la nostalgia obstruye cualquier posibilidad de renovación. 

Y es entonces cuando el territorio nuevo pasa a ser víctima inocente de nuestro rencor, de nuestras recriminaciones y exigencias. Le pedimos una compensación (“Dame tú, Roma”), una que probablemente jamás podrá darnos. 

 

LO QUE DEJÉ POR TI

 

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.