“Hay que recordar, hay que recordar” Son las primeras palabras de Carlos Galván, protagonista de la deslumbrante novela El viaje a ninguna parte (Cátedra), de Fernando Fernán-Gómez. El propio autor, dirigió la versión cinematográfica de su obra, una adaptación preciosa con un elenco de actores formidables, que ganó los principales premios Goya en 1987.
La novela retrata magistralmente la decadencia y el ocaso de las compañías teatrales itinerantes que en los años 50 recorrían los pueblos de España, con motivo de la aparición de otras formas de ocio más atractivas para el público: el cine, el futbol y la radio.
Desde un humilde asilo, un Galván anciano recuerda (cruzando en ocasiones la estrecha línea que separa realidad y ficción) las andanzas y peripecias de la compañía de cómicos ambulantes Iniesta-Galván, cuyos integrantes están en su mayoría unidos por lazos de sangre y vocación.
“Nosotros no somos de ninguna parte…Somos del camino”
“Esto no es un oficio, Carlos. Somos vagabundos”
Los Iniesta-Galván recorren a pie los caminos rurales, cargando como pueden sus bultos, sin saber a ciencia cierta si podrán trabajar en el próximo pueblo al que lleguen. Tienen un gracioso, pero limitado, repertorio de obras teatrales que repiten periódicamente en sus giras. Malviven en posadas; la comida muchos días escasea. Hablan…hablan mucho. Sus diálogos son frescos, naturales y encierran gran sabiduría:
“Tu padre no pueda más, Carlos, está muy viejo. Yo sé que el teatro no morirá nunca. También es teatro lo que hacen por la radio. Y lo que echa el jodío Solís en su cine. Pero éste nuestro de los caminos, se ha acabado, está dando las boqueadas”
Son personajes entrañables, retratados con ternura y realismo. La melancolía que arrastran no cae nunca en sentimentalismos simplones. Muy al contrario, se muestra su humanidad, la debilidad de sus corazones, empleando inteligentes dosis de humor y picardía.
El viaje a ninguna parte es un homenaje al oficio de la actuación: a los actores que no se rinden ni pierden la esperanza, a los que se reinventan para progresar y a los que, -extraviándose en la ruta-, levantan muros y mecanismos de defensa ante los sueños truncados.