
Para adentrarse en todas las perspectivas del silencio, nada mejor que el pequeño ensayo Historia del silencio (Acantilado), de Alain Corbin. El autor desmenuza todos los matices y acepciones del silencio, salpicando el recorrido con deliciosos ejemplos históricos y citas célebres cuyo eco resuena en el lector durante largo tiempo.
Corbin reivindica el silencio como fuente de recogimiento que permite conectar con uno mismo; profundizar, comprender y volver diáfana la conciencia para poder emitir, después, la palabra justa.
Y no hablamos únicamente del silencio entendido como la ausencia de ruido sino también como la ausencia de distracción, esa que nos embauca y disuade de habitar ese espacio propio. Ciertamente soslayar la distracción que nos rodea es un propósito quijotesco en nuestros tiempos:
“Lo esencial de la novedad reside en la hipermediatización, en la conexión continua y, por ello, en el incesante flujo de palabras que se le impone al individuo y lo vuelve temeroso del silencio”
Historia del silencio transita con sigilo, en sus distintos capítulos, por las distintas facetas del mismo: el silencio y la intimidad de los lugares (casas, iglesias, objetos, seres); el silencio en la naturaleza (bosques, desiertos, mares, montañas); el silencio que se busca (meditación, recogimiento, oración); la palabra y las tácticas del silencio; los silencios de amor y los silencios del odio; el silencio trágico (terror a la noche silenciosa, devastación, muerte) y el aprendizaje del silencio, que concluye:
“El aprendizaje del silencio es tanto más esencial porque el silencio es el elemento en el que se forjan las cosas importantes”