En 1984 Philip Gröning solicitó al prior de la orden de los Cartujos, -una de las órdenes religiosas que más estrictamente se rige por la soledad y el silencio-, permiso para rodar una película dentro de la Gran Cartuja, el monasterio más emblemático de la orden, ubicado en los Alpes franceses. El prior le dijo que no era aún el momento de rodar la película. Dieciséis años más tarde, Gröning recibió una llamada del prior, que le dijo: El momento ha llegado, ya puede usted venir.
Gröning cruza los muros de la Gran Cartuja para convivir con los monjes durante 6 meses y grabar escenas de su vida, liturgias, trabajos, oraciones. El resultado de esas grabaciones es El gran silencio, prodigioso y poético documental de 161 minutos de duración.
Ver El gran silencio es una experiencia hipnótica que apacigua el alma, un trance místico, una inmersión espiritual. No hay música de fondo, ni apenas palabras pronunciadas. Los únicos sonidos que acompañan el metraje son: el viento, la lluvia, los copos de nieve cayendo sobre la tierra, el canto de los pájaros, el tañido de las campanas, los pasos que recorren los pasillos, el tic-tac de algún reloj, los cencerros de las cabras que pastan en el valle, el sonido metálico de los utensilios que emplean, el zumbido de las moscas en verano. Y por encima de todo el canto gregoriano, durante los maitines, laudes, vísperas y completas.
Afuera, las nubes transitan para recordarnos que la vida sigue, aunque intramuros parece todo detenido. Allí se manifiestan todos los matices de la luz. Ésta se filtra en las estancias dibujando sombras sobre la piedra y la madera y creando bodegones.
Nos adentramos en la vida monástica: la oración en las celdas, la lectura, las tareas domésticas (cocina, sastrería, limpieza, carpintería). Sentimos la conciencia plena, en lo que resulta una armonía perfecta. Compartimos también su momento recreación y de esparcimiento semanal, los únicos instantes en los que pueden hablar entre ellos y reírse juntos.
Todos tenemos un papel y un propósito en el engranaje del mundo. El de los cartujos es el reposo contemplativo de Dios, una meditación perpetua, una intercesión constante entre el mundo y la divinidad.