SILENCIOS

SILENCIOS

Universo Silencios

¿Has experimentado alguna vez el silencio absoluto?

Yo lo experimenté una vez. No fue en un desierto. Pese a que he estado en desiertos no encontré en ellos ese silencio tan abrumador y rotundo que escritores tan diversos como Saint-Exupéry, Chateaubriand, Fromentin o Paul Bowles, han identificado y plasmado como revelador.

No, no fue en un desierto. Fue en un destino inesperado de un pueblecito soriano: en la iglesia del convento de las Hermanas clarisas, en Medinaceli.

Nos dirigíamos a la localidad de Santa María de Huerta para pasar unos días en un retiro de silencio en su monasterio cisterciense y paramos a comer en Medinaceli. En el paseo-sobremesa nos adentramos en la iglesia de las hermanas clarisas. Estábamos solas, no había nadie. Estuvimos más de cinco minutos frente al altar mayor tocando el silencio, podía mascarse. A nuestros oídos no llegaba absolutamente ningún sonido, ninguno, y en determinados momentos sentí vértigo, miedo y un ligero mareo ante tal impresión desconocida.

Diría que fue en aquella iglesia donde conocí cara a cara al silencio en mayúsculas, aunque es un concepto que siempre me ha interesado y lo he buscado en la vida, en la poesía, en la naturaleza, en las habitaciones y, como no, en la música (que tanto sabe de la alternancia de sonidos y silencios).

Creo que, al igual que ocurre con la soledad, el silencio es bello si es escogido. Y también puede ser terrible si es impuesto, amenazante, violento, represor como en el caso de uno de los más famosos finales del teatro, la famosa declamación de Bernarda en La Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca:

“¡Silencio! ¡A callar he dicho! ¡Las lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos todas en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”

En este universo hablaré de éstas y otras formas de silencio y espero que te lleven a adentrarte en tu propio silencio personal y a interpretar desde otro lugar la realidad, porque como dice Lawrence Durrell al final de su novela Justine (El cuarteto de Alejandría):

“¿Acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?”