El espejo en el espejo (Cátedra), de Michael Ende, es un libro inmenso, inabarcable. Lo componen treinta relatos oníricos que en realidad son miles de ellos puesto que cada uno se prolonga y distorsiona en un vertiginoso laberinto de espejos confrontados. El libro es un panal de sueños que alberga un enjambre de misterios.
Ende consideraba que solo lo misterioso valía la pena y tenía encanto, por eso sus relatos no apelan a la razón, sino que apuntan y disparan a algo más recóndito e inasible en la mente del lector. Creía que cada libro es distinto para cada lector porque es un espejo que reflecta aquello que el lector desconoce de sí mismo, aflorándolo. Quizás por eso el protagonista del primer relato, Hor, increpa así a quien abre las páginas de El espejo en el espejo:
“Perdóname, no puedo hablar más alto.
No sé cuándo me podrás oír, tú, a quien me dirijo.
¿Y llegarás acaso a oírme?
Mi nombre es Hor.
Te pido que acerques tu oreja a mi boca, por muy lejos que te encuentres de mí, ahora o siempre”
Los treinta relatos se enmarcan en ejes espacio-tiempo alternativos. El lector se desploma y cae en un pozo kilométrico de inicios y finales abiertos, en cierta medida conectados, puesto que algunos personajes transitan entre ellos. Nada es obvio ni definitivo.
La descripción de los espacios genera desasosiego: o están completamente vacíos o están repletos de objetos estridentes y aparentemente inútiles. Como el cajón de sastre del inconsciente.
Los personajes (ancianos, vagabundos, funámbulos, payasos, ángeles, etc.) son extravagantes y están desorientados. Se cruzan con otros personajes histriónicos que, -bajo la apariencia de ser agentes de la confusión- son en realidad guías que veladamente les advierten de los grandes peligros: materialismo, desesperanza, vulgaridad y conformismo.
Como toda la obra de Ende, el libro es un triunfo brutal de la imaginación, cuyo umbral vale la pena cruzar. En palabras de los personajes del último relato:
“– Entonces – dice el joven lleno de ánimo- si uno traspasa esa puerta se llega… ¿adónde?
– Depende – contesta indiferente la muchacha
–¿Depende de qué?
– Depende de quién pase la puerta. Y desde qué lado. Y cuándo. Y por qué.”