¿Has tenido alguna vez la sensación al ver fugazmente a alguien desconocido de que ese encuentro no debería quedarse en un instante pasajero? ¿Has tenido alguna vez, ante un encuentro casual, el pálpito de que algo trascendente estaba ocurriendo?
Eso es lo que le sucede a la protagonista de Ver a una mujer (Editorial Minúscula), de Annemarie Schwarzenbach, cuando vislumbra desde la puerta del ascensor del hotel en el que se aloja a una desconocida que ejerce sobre ella un intenso magnetismo. Una fascinación que la autora detalla con suma precisión y sensibilidad.
“Ver a una mujer: solo por un segundo, solo por el breve lapso de una mirada, para luego volver a perderla, en la oscuridad de un pasillo, tras una puerta que me está vedado abrir…”
No se trata de mera atracción erótica; es algo anímico, profundo y a la vez, paradójicamente, imperioso. La impronta de la curiosidad acuciante, esa que duele si no se satisface.
“Ver a una mujer, y sentir en ese mismo instante que también ella me ha visto, que sus ojos interrogantes han quedado prendados de mí como si no tuviéramos más remedio que encontrarnos en el umbral de lo ignoto”
Narración breve con tintes autobiográficos, está ambientada en un hotel alpino de pistas nevadas y esquiadores, en Saint Moritz, en el valle suizo de la Engadina.
En el hotel se aloja también un caballero de mediana edad, -lúcido y amable-, que pondrá en contacto a la protagonista con la misteriosa mujer, de nombre Ena Bernstein. Tras esa presentación, la primera se angustia ante la certeza de saber que los futuros reencuentros con Bernstein dependen totalmente de ella, de su voluntad y valentía:
“¿Podía haber algo que infundiera más miedo que otra noche de espera, otro día de tensión, el no-suceder, el no-actuar?”
Una responsabilidad personal a la que se suma la creencia, -la fe-, de que el destino es, a veces, condescendiente con el propio deseo, propinando el empujón definitivo:
“Yo esperaba su propuesta con esa inexplicable seguridad que a menudo nos ahorra y anticipa las decisiones, como si un destino benévolo reconociese nuestra debilidad y nos ayudara a seguir sin dolor las sendas que en cualquier caso determinan nuestra trayectoria”