Siempre me han gustado las comedias románticas con un buen guión. Esas que dejan buen sabor de boca, que alimentan la esperanza y arrancan sonrisas complacientes. Películas como “Cuando Harry encontró a Sally”, “Tienes un email”, “Love actually”, “Nothing Hill”, “Pretty woman”, etc.
Por eso me encantó descubrir hace unos años Rosas rojas (Ol Parker, 2005) una comedia romántica británica que se rige por todos los códigos clásicos del género con la originalidad de poner el foco en nuestro colectivo LGBT. Una película alegre y ligera.
Todo empieza en un cruce de miradas el día de la boda de una de las protagonistas. Rachel se casa por fin con Heck, su mejor amigo de toda la vida. Un hombre bueno y encantador. Cuando va camino al altar del brazo de su padre, ve fugazmente en el pasillo paralelo de la iglesia el rostro de Luce, la florista que se ha encargado de hacer los arreglos florales para la ceremonia nupcial. El flechazo entre ambas es inmediato, aunque en cierta medida inconsciente.
Ese encuentro efímero e intenso desencadena una serie de situaciones que acabarán poniendo patas arriba la vida y destino de los tres protagonistas.
La primera noche en la que el joven matrimonio invita a la florista a cenar, Heck le dice a Luce:
–Luce ¿crees en la reencarnación? Porque Rachel cree que os conocíais de antes…
–Me acordaría…creo – responde Luce tímidamente
Toda una declaración velada.
La película está repleta de personajes secundarios entrañables, elementos clave en cualquier comedia que se precie: los padres y la hermana pequeña de Rachel; Cooper, el amigo despreocupado y ligón; la delicada madre de Luce y todos los clientes que acuden a la floristería de Luce en busca de la flor idónea para cada efeméride, celebración o contratiempo de sus vidas.
Rosas rojas es una reflexión sobre las distintas naturalezas del cariño, el amor y el deseo. Sobre la importancia de ser honesto con uno mismo y con los demás. Sobre el deber de reconocerse sin tapujos y permitirse ser feliz.
Un soplo de aire fresco.