Siempre me ha fascinado la obra pictórica del artista británico de mediados del siglo XIX John Atkinson Grimshaw; especialmente sus paisajes nocturnos, tanto los urbanos como los rurales, en los que la luna y sus reflejos adquieren un absoluto protagonismo.
Las calles, los caminos, los muelles, las figuras, los bosques y las casas de sus cuadros están teñidos por ese halo de luz lunar, que recubre los contornos y las sombras. La lluvia, la humedad, la niebla. El realismo del color y las texturas de la naturaleza y del clima es tan absoluto, que a veces es factible pensar que estamos ante una fotografía más que ante un cuadro.
Adentrarse en su obra es siempre una delicia.
Una de las pinturas que siempre me ha hipnotizado lleva por título A lady in a garden by moonlight (1882).
En ella una dama de blanco, de aspecto recatado, contempla bajo la luna la silueta de una casa. La vemos de espaldas, pero la atmósfera deja entrever que la mujer siente dudas, que le embriagan los reparos.
Esa casa señorial… ¿qué está pasando dentro? ¿por qué la dama no se decide a entrar? ¿por qué siente tanta precaución? ¿habrá mucha gente en el salón, tras esas ventanas iluminadas y acogedoras? ¿se estará celebrando una fiesta o una cena íntima? ¿habrá en la casa alguien a quien la dama de blanco teme volver a encontrar?