Pocas novelas breves me han conmovido e impactado tanto como Carta de una desconocida (Acantilado) del extraordinario escritor austriaco Stefan Zweig.
Un joven escritor, -atractivo y despreocupado-, cuyo nombre no llega a desvelarse en ningún momento del relato, recibe una carta anónima el día de su cumpleaños. Inicialmente ni siquiera repara en la carta, puesto que está apilada con tantas otras en la bandeja del correo de su aparador: “vio una carta con caligrafía desconocida y apariencia demasiado voluminosa que, en un principio, dejó de lado”.
Cuando finalmente abre el sobre descubre que “era un pliego de unos veinticinco folios escritos precipitadamente con letra femenina, desconocida y nerviosa”, sin remitente ni firma. Tan solo una dedicatoria que reza así: “A ti, que nunca me has conocido”.
Sin embargo, la protagonista de la novela, -la enigmática escribiente de la misiva-, desmenuza pormenorizadamente en la carta el hilo invisible que la une al destinatario de la misma, exponiéndose ante él, exhibiendo de forma abrumadora su intimidad y desesperanza.
“Solo quiero hablar contigo, decírtelo todo por primera vez”.
Y lo hace con la perturbadora convicción de que tal vez molesta. Lo hace con el arrojo de quien sabe que ni tendrá ni necesita ya respuesta.
“Permíteme, querido, que te lo cuente todo desde el principio. Espero que no te canses durante este cuarto de hora en que vas a oír hablar de mí, igual que yo no me he cansado de ti a lo largo de mi vida”
Carta de una desconocida es un relato sobre una pasión descomunal, resignada a vivir oculta, detrás de mirillas y de encuentros esporádicos.
La novela invita a reflexionar sobre lo poco que sabemos del impacto que nuestros actos y existencia pueden provocar en los demás. Sobre lo que desconocemos acerca de la perspectiva ajena.
Es esa ignorancia la que perturba y conmociona cuando sale a la palestra y se hace evidente ante nuestros ojos.