El gran clásico El viento en los sauces (Valdemar), del británico Kenneth Grahame, nació a partir de los cuentos a pie de cama que el autor le contaba a su hijo cuando éste se iba a dormir. Estos cuentos iniciales fueron ganando terreno y longitud y se transformaron después en relatos epistolares y finalmente en libro en 1908.
El viento en los sauces nos traslada a una arcadia feliz que conforman La Orilla del Río, El bosque Salvaje, El Canal, La Isla de Pan, La Mansión del Sapo y otros territorios adyacentes. En ese espacio bucólico y atemporal, viven armónicamente en sus hogares varios animalitos, -el Topo, el Ratón de Agua, el Sapo, el Tejón, la Nutria, las comadrejas, etc-, con distintas personalidades e inquietudes. El Topo es dulce y leal, el Ratón de Agua es acogedor y complaciente, el Sapo es altanero y bonachón, el Tejón astuto y comprensivo.
Son animales humanizados en el sentido más excelso de la palabra pues hacen gala de tener un gran sentido de la amistad, entendida como empatía, respeto y cariño. Esto le dice el Ratón de Agua al Topo refiriéndose al Tejón: “No te preocupes por el Tejón. Ya aparecerá uno de estos días, siempre aparece cuando menos te lo esperas, y entonces te lo presentaré. ¡Es un tipo estupendo! Pero no sólo hay que aceptarle cómo es, sino cuándo aparece”.
Incluso en los momentos en los que unos desquician a otros, la compasión y la paciencia acaban triunfando, como puede verse en esta referencia al Sapo brabucón: “Ahora bien, un aspecto consolador del carácter del Sapo es que era un animal de muy buen corazón, y no le importaba que sus verdaderos amigos le sermoneasen”.
En ese espacio idílico vivirán aventuras y desventuras; alegrías y disgustos. Algunos reales y otros inventados, pero todos ellos conmovedores para un lector de cualquier edad: “La verdad es que mucho de lo que contó pertenecía más bien a es categoría de lo-que-habría-pasado-si-se-me-hubiera-ocurrido-a-tiempo-en-vez-de-diez-minutos-depués. Esas son siempre las mejores aventuras, las más animadas, ¿y por qué no van a ser también nuestras, en la misma medida que las cosas un tanto inadecuadas que en realidad nos pasan?”.
Pues eso mismo digo yo.