El principito (Salamandra) de Saint-Exupéry es uno de mis libros de cabecera. Lo he leído y releído muchas veces a lo largo de los años.
De El principito lo que más me conmueve es su visión de la amistad y del amor. Ambos fundamentados en el respeto, en la ternura, en la paciencia, en la complicidad y en el compromiso. De ahí que los pasajes dedicados a la flor (su rosa) y al zorro sean aquellos en los que siempre me detengo.
El zorro dice en una ocasión: “No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo”.
Y en otra: “Sólo se conocen las cosas que se domestican —dijo el zorro—. Los hombres ya no tienen tiempo para conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos.”
Y en otra más: “El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”. “Los hombres han olvidado esta verdad, —dijo el zorro—. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado”
Y el principito habla de su rosa:
“No supe comprender nada entonces. Debí haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Me perfumaba y me iluminaba. ¡No debí haber huido jamás!
Una visión del amor, en la que Saint-Exupéry critica la indecisión, la insatisfacción y la búsqueda constante.
“Los hombres, —dijo el principito—, se encierran en los “rápidos” pero no saben lo que buscan. Entonces se agitan y dan vueltas. Y agregó: No vale la pena”.
El principito desprecia esa búsqueda ciega y perpetua porque denota egocentrismo, que el epicentro es el “yo”, cuando para él la amistad es precisamente lo contrario: el foco de atención debe ser “el otro”, tal y como se desprende del pasaje en el que el pequeño príncipe visita el planeta del farolero, refiriéndose a él de este modo:
“Éste, —se dijo el principito mientras proseguía su viaje hacia más lejos—, éste sería despreciado por todos los otros, por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Sin embargo, es el único que no me parece ridículo. Quizá porque se ocupa de una cosa ajena a sí mismo.”